jueves, 18 de junio de 2015

Un paisaje llamado amor

A pesar que me es dificil recordar pasajes de mi epoca preescolar (nido le llamamos aqui), existe un momento que no he podido olvidar. Pero no por traumatico, sino porque representa una etapa de magico descubrimiento.

Recuerdo una niñita en el nido, la cual no estaba en mi salon, sin embargo en el momento en que nuestras miradas se cruzaban durante el recreo, dejaba de moverme y pensar para solo contemplarla.
Ella tambien se detenia y ambos a pesar de encontrarnos en ocasiones a dos metros de distancia y de no cruzar palabra en ningun momento, solo nos quedabamos asi, adormecidos por el vaiven de una tibia corriente de inocencia.

En la adolescencia las miradas y pensamientos de un varon normalmente tienen una carga netamente carnal.

Pero en la infancia, en el nido, yo la miraba como un hermoso paisaje, un paisaje que además de ser errante, también te devolvía con sus cristalinas aguas la mirada y susurraba sentimientos en un lenguaje secreto sin forma, espacio ni tiempo.

No recuerdo cuantas veces nos quedamos congelados ni por cuanto tiempo, pero cuando remonto mis pensamientos hasta aquel patio, se me antojan eternos.

En una ocasión, mientras la miraba a los ojos y ella a mí, pude ver de reojo a un niño pararse a su lado, observarla extrañado y luego volver la mirada a mí para aumentar su extrañeza y mezclarla con dos cuchadas de envidia (a esa edad bastan y sobran) y así me dirigió la palabra:

Oye, me dijo- ¿por qué la miras tanto?, ¿no sabes que ella se come los mocos?

Sin dejar de mirarla (lo cual lamento a veces) fui testigo de la transformación del agradable paisaje de su rostro, hasta un desolada y triste trocha envuelta en llanto. Una trocha que se perdó en ese negro horizonte y huía de mi mirada y de nuestro pequeño sueño de amor, para no volver a recorrer nunca más el camino de vuelta.

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