jueves, 18 de junio de 2015

31 de diciembre


Hace algunos años, el último día de aquel año, caminaba yo cerca del Ministerio de Producción sumido en mis pensamientos, cuando una hoja de papel se tropezó conmigo y luego alguna más compartió su suerte.

Decidí levantar la mirada para sorprenderme con el espectáculo de cientos de hojas de papel cayendo del cielo sin razón aparente.

Buscando el origen de este fenómeno, alce la vista, para encontrarme con que la partida de nacimiento era firmada por los pisos superiores del ministerio antes mencionado.

De sus ventanas salían cada vez mas papeles que revoloteaban caprichosamente por el aire entreteniendose con las formas y espacios que el edificio tiene cerca del ultimo piso, espacios que no han sido percibidos por otro ser que no sea una ave o un ser humano dispuesto a trabajar con la imaginación mientras se detiene en la calle a mirar hojas blancas caer en un día de cálido cielo azul.

Este festivo acontecimiento, acompañaba el deseo de los trabajadores estatales de librarse de los problemas y «soluciones» que cada uno de esos papeles significaba, por supuesto que de la manera enredada como la burocracia suele decir las cosas.

Lo recuerdo hoy, porque el azar me llevo el mismo día del año a pasar al lado del Ministerio de producción a mas o menos la misma hora. Recordé lo sucedido espere volver a ser testigo de la celebración del año viejo dejándose llevar por el viento. Pero sin importar cuánto esperé, nunca salió de las ventanas más que frustración y pérdida de libertad.

Todos deseamos que el minuto siguiente las cosas cambien de la manera que queremos, y el final del año es un buen pretexto. Debe serlo además, aunque el aburrido comandante de la compañía trate de impedir que veamos lo azul del cielo tapándolo con sus memorándums.

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